Se acerca la Navidad y por estas fechas serán muchas las familias que comenzarán a adornar sus hogares con los elementos decorativos que manda la tradición. La decoración navideña es un elemento importante en esta fecha pues con ella el anfitrión crea un ambiente entrañable, cálido y festivo para él y sus visitas.
En España, en cuanto a elementos decorativos se refiere, hay una división entre quienes optan por lo tradicional, aquello que es típicamente (no confundir con original) español, como es el caso del Belén y los que optan por una moda que sin ser como veremos nada nueva no tuvo el arraigo del Belén, posiblemente por estar más extendida por Europa y tener un componente religioso menor. Hablamos en este último caso del árbol de Navidad que desde hace unos años se está abriendo camino en detrimento de los belenes.
Sus orígenes son inciertos aunque todas las teorías apuntan como lugar de nacimiento al norte de Europa en la época precristiana. En esta entrada relataremos cómo se introdujo en España de la mano de una aristócrata rusa: Sofía Troubetzkoy, si bien, su apasionante vida, como veremos, hace de esto una anécdota más en su polifacética labor en España.
¿Quién era Sofía Troubetzkoy?
Sofía Sergueyevna Troubetzkoy (Moscú, 1838 - Madrid, 27 de julio de 1898) fue una princesa de origen ruso que estuvo considerada como una de las mujeres más bellas y elegantes de la Europa del siglo XIX.
Sofía Troubetzkoy retratada por Winterhalter en 1863. |
Oficialmente era hija del príncipe Sergei Vassilievitch Troubetzkoy, teniente de caballería, y de Ekaterina Petrovna Moussine-Pouchkine, aunque ella misma presumía de ser hija del zar de Rusia, el cual, por entonces, tenía problemas conyugales con su esposa Carlota de Prusia debido a la frágil salud de ésta. Según algunas fuentes, parece ser que el zar conoció a Catalina, la madre de Sofía, en la primavera de 1837, durante unas maniobras militares y, al saber del embarazo de su amante, se apresuró a casarla con el príncipe Troubetzkoy. Desde que nació, su paternidad fue atribuida a Nicolás I, pues era conocida la admiración de éste por su madre, y su gestación parece coincidió con el viaje de su padre al Cáucaso, por lo que los rumores sobre esta posible paternidad surgieron desde el primer momento.
Sofía quedó huérfana siendo aún muy niña y fue Carlota, la emperatriz viuda y el nuevo zar Alejandro II (1818-1881), conocedores seguramente de su augusta ascendencia, quienes se hicieron cargo de su educación en San Petersburgo, primero en el prestigioso Instituto Smolny para Doncellas Nobles y luego, por intercesión de su tía, casada con la segunda mayor fortuna del Imperio, directamente en el Palacio de Invierno, donde brilló por su gracia e inteligencia.
La familia Trubetskoy es una dinastía de la pequeña nobleza rutena Gedimínida (descendiente de la dinastía lituana de Gediminas) con varios miembros de la Rutenia Negra, al igual que muchos otros príncipes de las casas del Gran Ducado de Lituania, que más tarde se hizo prominente en la historia, la ciencia y las artes de Rusia. Los Príncipes Trubetzkoy descienden de Demetrio I Starshiy, uno de los hijos de Algirdas, Gran Duque de Lituania en el siglo XIV, que gobernó la ciudades de Briansk y Starodub. Los descendientes de Demetrio continuaron gobernando la ciudad de Trubetsk hasta la década de 1530, cuando tuvieron que elegir convertirse al catolicismo o abandonar su patrimonio e instalarse en Moscú. Eligieron la segunda opción y fueron aceptados con gran ceremonia en la corte de Vasili III de Rusia.
Heráldica de los Troubetzkoy. |
En el siglo XVII el príncipe Wigund-Jeroným Trubetsky apoyó a los polacos y los siguió a la Commonwealth Polaco-Lituana. Aquí sus descendientes obtuvieron posiciones envidiables en la Corte e ingresaron por matrimonio en las grandes familias principescas de Polonia. En 1660, sin embargo, el príncipe Yuri Trubetskoy regresó a Moscú y se le dio un título de boyardo por el zar Alejandro I de Rusia. Todas las ramas de la familia descienden de su matrimonio con la princesa Irina Galitzine.
Primer matrimonio
Fueron precisamente estas prendas, unidas a una belleza nada común heredada de su madre, las que cautivaron a un joven diplomático francés que acababa de llegar a la capital de Rusia para asistir a la coronación de Alejandro II el 7 de septiembre de 1856. Se llamaba este joven Carlos Augusto Luis José de Flahaut de la Billarderie, duque de Morny (1811-1865) y era hermanastro de Napoleón III puesto que ambos eran hijos de Hortensia de Beauhernais.
Ambos jóvenes, movidos por recíproca atracción, contrajeron matrimonio en San Petersburgo el 26 de diciembre de ese mismo año. Sofía Troubetzkoy, convertida en duquesa de Morny, brilló con esplendor apoteósico, primero, en San Petersburgo, como embajadora de Francia y después en París como ministra de Negocios Extranjeros.
Ocho años duró su matrimonio con Morny, durante los cuales el esposo no escatimó en satisfacer todos los caprichos de su mujer, que se esmeró en ser una gran anfitriona en la corte y sociedad del Segundo Imperio. El matrimonio habitó extraordinarias residencias y se cuenta que tenía un pequeño zoo doméstico compuesto de monos, perros pequineses, aves exóticas e incluso un par de osos rusos.
El matrimonio tuvo cuatro hijos, Marie Eugénie, Auguste, Serge y Mathilde que tuvieron desiguales destinos.
Sofía con el duque de Morny. |
Su vida modélica en Francia se vio truncada el 26 de febrero de 1865 cuando su marido, a quien amaba profundamente, fallece repentinamente. Su dolor y desesperación adquieren visos teatrales: cubierta de crespones y deshecha en llanto, se corta los bucles con gesto de renunciación y los deposita como ofrenda fúnebre sobre el ataúd de su esposo.
Entonces comienza una etapa de luto y recogimiento en la que no sale de su palacio y lleva una vida de cierta austeridad, hasta que un día encuentra en un secrétaire unos paquetes de cartas perfumadas y atadas con cintas. Era la prueba de que su difunto marido había tenido una amante. A partir de entonces abandona indignada el luto, rompe el aislamiento y, enjugando sus lágrimas, vuelve a introducirse en el gran mundo a embriagarse con su néctar y buscar la diversión.
Segundo matrimonio
En esa nueva etapa de su vida conoció al Duque de Sesto, cuyas patillas y madrileño garbo la enamoran. Don José Isidro Osorio y Silva-Bazán, llamado Pepe Osorio, “el gran duque de Sesto” residía temporalmente en su villa de Deauville, lugar que Sofía conocía bien, pues su cuñado Napoleón había puesto de moda el lugar entre la aristocracia francesa. Pepe se encontraba allí junto a la familia real, que estaba en el exilio, y a quien sostenía económicamente.
José Isidro Osorio y Silva-Bazán, duque de Sesto, marques de Alcañices, más conocido entre la sociedad isabelina como Pepe Osorio o Pepe Alcañices, era, a sus cuarenta y cuatro años, un “soltero de oro” por sus acaudalada fortuna y posesión de títulos nobiliarios; de talla mediana, más bien bajo, con una andar característico por sus piernas arqueadas, expresión amable y socarrona, con tufos y patillas a la moda. Por entonces, había sido ya Alcalde de Madrid, cargo que ocupó entre 1857 y 1864, desarrollando una gran labor, sobre todo en materia de higiene y salubridad de la Villa y gobernador civil en varias ocasiones; era uno de los mayores apoyos y no solo moral, de la reina depuesta Isabel II y casi un padre para su hijo, el futuro Alfonso XII, siendo uno de los principales impulsores de la abdicación de la soberana en favor de su hijo, lo que sucedería un año después de su matrimonio con Sofía. Según las crónicas, un día Isabel II llamó a su hijo en presencia del duque de Sesto, para decirle: "Alfonso, dale la mano a Pepe, que ha conseguido hacerte Rey."
Contrajeron matrimonio el 21 de marzo de 1869.
Sofía con José Osorio. |
Inmediatamente después de su boda, los nuevos esposos se instalaron en Madrid, donde el duque tenía un antiguo palacio en la calle de Alcalá 74, en el lugar en que hoy se encuentra el Banco de España. Una vez en la capital, los duques se entregaron a la tarea de desacreditar política y socialmente a la nueva dinastía mientras el duque colaboraba activamente con Cánovas del Castillo en el proyecto de restaurar la monarquía alfonsina. El palacio de Alcañices se convirtió en el centro de reuniones y bailes de la sociedad madrileña que suspiraba y conspiraba por la vuelta de los Borbones al Trono. Sofía, cuya llegada causó una auténtica conmoción en la buena sociedad por lo adelantado de sus costumbres, se entregó “con pasión ardorosa y entusiasta” a esta empresa.
Compartía con su nuevo marido el carácter cosmopolita y el liberalismo, y su aceptación en Madrid no pudo ser mejor, pues su figura deslumbró en la Corte, y nada más llegar la propia Isabel II de España le concedió la banda de la Orden de las Damas Nobles de María-Luisa. Organizaba reuniones de damas en su residencia, el desaparecido palacio de Alcañices, en las que ponía al tanto a la sociedad madrileña de las novedades en moda y juegos de salón.
Sofía Troubetzkoy en la política española
Convertida en consorte del mentor de Alfonso XII de España durante su exilio, aprovechó su posición social para hacer política en favor de la familia Borbón y de la causa de Alfonso XIII de España, gastando al igual que su marido, gran parte de su fortuna en ello. Jugó con el emblema familiar Borbón, la flor de lis, creando el prendedor de pelo con este motivo, que tanto las damas de la aristocracia como el resto de mujeres del pueblo utilizaron. Además, instó a sus amigos y conocidos a llevarlo visible en la solapa, para mostrar su apoyo al rey.
Mientras que su marido se dedicaba a luchar políticamente por la causa, la duquesa de Alburquerque ocupaba su tiempo en la organización de numerosas actividades en las que ganar adeptos, como lo eran las tertulias culturales y las fiestas en las que mostraba su poder social. Aquellas celebraciones también tenían como objetivo la recaudación de dinero para sostener la causa. Además, era la secretaria de otro personaje de importancia en esta labor, Antonio Cánovas del Castillo, presidente del Consejo de Ministros y máximo dirigente y fundador del Partido Conservador.
No solo mostró su apoyo a los Borbones, sino que además está considerada una de las mayores enemigas del propio Amadeo de Saboya, así como de su mujer María Victoria del Pozzo. Tal era su rechazo por el monarca, que dio orden a sus criados para que cerrasen bruscamente las puertas y ventanas de su palacio cuando la comitiva real pasase por la puerta. Además, protagonizó la famosa Rebelión de las Mantillas (dedicaremos un apartado sobre este acontemiento en esta misma entrada más abajo), una manifestación de damas madrileñas en contra de Amadeo.
Se dice que el manifiesto de Shandurst, redactado por Cánovas del Castillo y por el cual el príncipe Alfonso aceptaba la Corona y esbozaba su programa de gobierno, fue pasado a limpio por Sofía, actuando oficiosamente de secretaria de Cánovas y que la duquesa envió dos copias a Rusia al objeto de que fuese la primera nación en reconocer a la nueva monarquía liberal.
Las aportaciones económicas a la causa alfonsina, cifradas entre los 15 y los 20 millones de reales, arruinaron al duque de Sesto que tuvo que vender su palacio de la calle de Alcalá y numerosas fincas que le pertenecían.
Por todo ello podríamos afirmar que la actual familia real le debe mucho a esta mujer de alma rusa y corazón español.
Últimos años
Tras la muerte de Alfonso XII, surgieron las desavenencias entre el matrimonio y la reina María Cristina, quien culpaba al duque de Sesto de las correrías de su marido. Por ello, abandonó los cargos de los que disponía en la Corte y su vida se dividió entre Madrid y París principalmente, aunque también se dedicaron a visitar a numerosos amigos en otras ciudades europeas.
Falleció en Madrid el 27 de julio de 1898 a causa de una enfermedad respiratoria y fue enterrada en el distinguido cementerio de Père-Lachaise, el más grande de París, a pocos metros de la sepultura de su primer marido, el duque de Morny.
La Rebelión de las Mantillas
Se conoce como la rebelión de las Mantillas a una serie de manifestaciones pacíficas protagonizadas por mujeres pertenecientes a la aristocracia madrileña, ataviadas con mantilla española y lideradas por la influyente princesa Sofía Troubetzkoy, cuyo fin fue el de mostrar el españolismo y apoyo del pueblo madrileño a la Casa de Borbón (representada por el príncipe Alfonso y su madre Isabel II) frente a Amadeo de Saboya y su esposa María Victoria dal Pozzo, recién llegada a España.
Estos acontecimientos tuvieron lugar los días 20, 21 y 22 de marzo de 1871 en el Paseo del Prado, donde la sociedad madrileña acudía diariamente en sus carruajes al llegar la tarde, actividad a la que se incorporó la nueva reina de manera inmediata.
Vista del Paseo del Salón del Prado, donde tuvieron lugar los acontecimientos, en una imagen de principios del siglo XIX. |
Tras las tres muestras de rechazo hacia los nuevos reyes, María Victoria se interesó por el uso de la mantilla, y cuando sus partidarios descubrieron el motivo de ello, intentaron ridiculizar a las damas que habían participado, haciendo una imitación de sus paseos utilizando prostitutas para ello.
Antecedentes del suceso
La Constitución española de 1869 proclamada bajo el gobierno provisional de Francisco Serrano, subió al trono de España a Amadeo de Saboya, hijo de Víctor Manuel II de Italia, pero el apoyo al príncipe Alfonso, exiliado junto a su madre Isabel II era importante en Madrid. A nivel político contaba con Antonio Cánovas del Castillo, mientras que en el social y económico estaba presente el matrimonio de los duques de Sesto: José Osorio y Silva y su mujer la princesa Sofía Troubetzkoy, quienes buscaban cualquier ocasión para demostrar al nuevo rey los partidarios que aún tenía el príncipe.
Preparativos de la rebelión
Una de estas ocasiones se produjo la mañana del 19 de marzo de 1871, cuando el estruendo de los cañones anunció a la población la llegada de la nueva reina, María Victoria del Pozzo, esposa de Amadeo. Aquella tarde, por ser la festividad de San José, santo del duque de Sesto, muchos partidarios del príncipe Alfonso y amigos del duque acudieron a su palacio de Alcañices a felicitarle.
Sofía pretendió aislar socialmente a la recién llegada reina, y aprovechó las visitas recibidas para comenzar con el rechazo. Para ello contó con algunas de sus amigas, entre las que se encontraban Angustias de Arizcún Tilly y Heredia, condesa de Tilly y de Heredia-Spínola, y marquesa de Iturbieta; Cristina de Carvajal y Fernández de Córdoba, marquesa de Bedmar; Agripina de Mesa y Queralt, condesa de Castellar; Mercedes Méndez de Vigo y Osorio, condesa del Serrallo, y Josefa de Arteaga y Silva, marquesa de la Torrecilla. Juntas acordaron mostrar su españolismo contra los nuevos reyes en los habituales paseos de la tarde que las aristocráticas madrileñas acostumbraban a llevar a cabo por el Paseo del Prado, en los que lucían sus mejores joyas y vestidos.
La manera elegida para ello fue ponerse de acuerdo para que en vez de sombreros y tocados, todas luciesen mantilla, una prenda muy española que empezaba a caer en desuso, pero que sus abuelas habían vestido frecuentemente. Sofía animó a participar a todas las mujeres que pasaron por su palacio aquel día, y acercándose grupo a grupo, les dijo: «Mañana espero verla en el paseo con mantilla» o «Ruego le diga a su señora que en adelante iremos siempre de mantilla», y acordó con sus amigas que aquellas que tuviesen coche invitarían a más amigas que no lo tuviesen, con el fin de convocar al mayor número de damas.
Tres concentraciones de damas
Sabiendo que sería la protagonista del día, Sofía salió de su palacio la tarde del 20 de marzo con sus mejores vestidos y joyas, y mandó enganchar al coche nuevo los mejores caballos. Fue acompañada de Mercedes y Belén, esta última mujer del marqués de Valmediano y ambas sobrinas de su marido, por ser hijas de Rafael Echagüe y Bermingham, gobernador de Puerto Rico y Filipinas, y de su mujer Mercedes Méndez de Vigo y Osorio, otra de las artífices de la rebelión.
Vestidas de negro, se habían colocado la mantilla blanca, sujeta con el alfiler de la flor de lis, emblema de los Borbones que Sofía popularizó entre las damas. Debido al mal tiempo, no encontraron a muchas mujeres en el paseo, por lo que tras haber llegado dos veces hasta la fuente de la Castellana, regresaron a casa. Al día siguiente volvieron de la misma forma al paseo, y encontraron multitud de carruajes, victorias, berlinas, landós y coches, y comprobaron cómo muchas damas habían cambiado el sombrero por la mantilla. Entre ellas se encontraba la reina María Victoria, acompañada del joven príncipe Manuel Filiberto, y las damas carlistas también hicieron su presencia, sujetando sus mantillas con margaritas, que hacían honor a la mujer de su pretendiente, Carlos María, llamada Margarita de Borbón-Parma.
Al día siguiente, una vez más Sofía y sus sobrinas repitieron el paseo con mantilla. Al salir del palacio, encontraron a una masa de curiosos agolpados a la puerta, en la calle de Alcalá, esperando su salida. Detrás de la duquesa llegaron al Paseo del Prado los reyes, que se sorprendieron al ver tantas damas con peineta y mantilla, tanto blancas como negras, de encajes de blonda y chantilly, e incluso alguna de terciopelo de tipo goyesco. La reina pensó que era costumbre primaveral usar mantilla, por lo que le dijo al rey: «Mañana vendré yo también con mantilla». Al enterarse del motivo de la nueva moda entre las damas, al día siguiente no acudió al paseo.
Sofía tampoco acudió como era costumbre, pues el duque de Sesto no se lo permitió al saber que habría disturbios. La Partida de la porra estaba al tanto de los sucesos acaecidos días atrás, y Manuel Ruiz Zorrilla, ministro de Fomento junto con Sagasta, ministro de Gobernación, planearon una farsa para ridiculizar a las damas participantes, en favor de la reina, quien se sintió humillada. El encargado de llevar a cabo la farsa fue Felipe Ducazcal y Lasheras, empresario de espectáculos, que junto a su hermano hicieron de cocheros, transportando a varias prostitutas ataviadas con mantilla en el interior de los vehículos; además, un tercer actor con sombrero de copa y grandes patillas postizas parodió al duque de Sesto.
El árbol de Navidad
En el palacio de Alcañices que se situaba en la calle Alcalá 74, donde hoy está la sede del Banco de España, Sofía instaló el primer árbol de Navidad de España siguiendo como mujer vanguardista y cosmopolita que era, una tradición europea y rusa (ёлка). Dada la popularidad de Sofía tanto en la corte por su refinamiento e influencia como en el pueblo por su españolismo, los vecinos de Madrid comenzaron a adoptar esta tradición que poco a poco fue extendiéndose al resto de España.
Banco de España donde se situaba el palacio de Alcañices y donde Sofía instaló el primer árbol de Navidad. |
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