martes, 30 de enero de 2018

Una historia de amor en la América hispano-rusa

Este texto está extraído del artículo que Carmen Marín escribió para RBTH: Te amaré eternamente... - Russia Beyond ES (rbth.com)

Esta historia transcurre en la época en la que Rusia y España eran vecinos en los confines de sus respectivos imperios. 


Como se sabe, Rusia también tuvo sus ambiciones colonizadoras en América. En 1803 el conde Nicolái Rezánov es nombrado por el emperador Alejandro I para realizar la primera expedición rusa alrededor del mundo desde la base naval de Kronshtadt. Rezánov era cofundador de la Compañía Ruso-Americana y principal impulsor del proyecto que llevó a la Rusia zarista a instalarse en las costas de California en el siglo XIX. Por lo que se dice era un hombre de vasta cultura, miembro de la Academia de Ciencias, hablaba cinco idiomas, poseía una gran biblioteca y tocaba el violín.

Nicolái Rezánov
Hacia 1806, por la costa de la Alta California, Nueva España llegaba a San Francisco y a las misiones de San Rafael y Sonoma. Uno de los objetivos del conde Rezánov en el viaje era inspeccionar la América rusa, o sea, las colonias rusas en las costas de Alaska. El objetivo era retornar a San Petersburgo con un plan diseñado por él, tras haber evaluado in situ el volumen de la ayuda necesaria.

Una moneda conmemorativa de la primera circunnavegación oficial rusa en la que participó Rezánov.

El conde regresa en abril de 1805 a Kamchatka, a Petropávlovsk. Allí toma la decisión de ir a Alaska y llega felizmente a la principal colonia rusa en aquellas costas, Novoarjángelsk, situada en la isla de Sitka.

Un monumento marca el lugar donde estuvo enterrado Rezánov en Krasnoyarsk en el antiguo cementerio de la Resurrección.

Ante su sorpresa, los colonos rusos se encontraban en una situación desastrosa y precaria. El conde compró productos alimenticios y otras mercancías a uno de los comerciantes americanos, y además, el barco Yuno que para los rusos se convirtió en Yunona. Pero esto no era suficiente, por lo que Rezánov decide viajar a bordo de la fragata Yunona a California, con la esperanza de comprar sobre todo grano, imposible de producir en las duras condiciones climáticas de Alaska.

Sin embargo, aunque fue recibido con gran amabilidad por los californianos, no resultó tan fácil realizar compras en California, rápidamente se le hizo saber que las leyes de España prohibían a las colonias comerciar con potencias extranjeras y que el gobernador de California era incorruptible, cosa que, por otra parte, en nuestros días suena algo extraña.

Aun así, en seis semanas de su estadía en California, Rezánov establece buenas relaciones con el gobernador José Arillaga y llega a ser invitado asiduo en la casa del alcaide del real presidio de San Francisco, José Darío Argüello.

Este últmo es el que lograría persuadir a las autoridades coloniales españolas de hacer una excepción que supondría un negocio mutuamente ventajoso. En las bodegas del barco ruso se cargó trigo, cebada y leguminosas; y a los españoles, a cambio, se les vendieron útiles para la agricultura y herramientas de trabajo y todos quedaron la mar de contentos. La primera experiencia comercial con California fue acertada.

Rezánov aspiraba a consolidar en el futuro los intercambios comerciales entre la América rusa y California .Y entre una gestión y otra, entre esperanzas y ambiciones, surgió súbitamente el amor entre él y la hija del alcaide del presidio, María de la Concepción Marcela Argüello. La relación fue tan intensa como breve y durante las seis semanas que el ruso permaneció en San Francisco, no se separaron apenas ni un minuto.

Una versión menos romántica cuenta que Rezánov no parecía una persona capaz de perder la cabeza por amor. Su relación con Conchita podría estar basada en un interés diplomático. Según testigos, por parte de la joven Conchita podría encaprichamiento más que pasión el sentimiento que despertó en ella Rezánov. Éste le habría llenado poco a poco la cabeza de promesas sobre una vida de lujos en el palacio imperial. Pronto solo soñaría en convertirse en la mujer de un chambelán ruso.

El conde, viudo hacía tiempo de Natalia Shelikhova parecía que hubiese revivido con este sincero amor correspondido. Los padres de la joven quedaron perplejos cuando el invitado les pidió la mano de su hija y más aún al saber que ni a su hija ni a su enamorado les suponía un problema la diferencia de religiones de ambos. Se hicieron los trámites para solicitar la autorización del Vaticano para contraer matrimonio entre una católica y un ortodoxo. Rezánov escribió cartas personales al Papa (sólo con autorización del Papa se podían casar dos personas de diferente religión, en este caso católica y ortodoxo), al Zar y al Rey de España buscando su consentimento al enlace.

María Concepción Argüello.

Pero el destino se encaprichó en ser cruel con estos amantes. Rezánov esperaba retornar en dos años y Concepción prometió esperarle. Y ya se sabe, ese tipo de treguas no suelen acabar bien. Así fue, ella cumplió su promesa y como era de esperar, nunca más volverían a verse.

Nikolái Rezánov partió de California hacia Alaska en la fragata Yunona, cargada con provisiones para los colonos rusos. Después regresó a las costas patrias, desembarcó en el puerto de Ojotsk y decidió seguir por tierra su camino a San Petersburgo atravesando todo el país, sin saber lo que el destino le deparaba, embarcado en la difícil aventura de un largo viaje a través de la “tierna” Siberia.

El conde Rezánov regresaba con planes de ampliación de la América rusa que aspiraba incluso a anexionarse toda California y la costa oeste de América del Norte en general propiciando la inmigración inmediata a gran escala a esta zona desde Rusia y aprovechando la debilidad que España tenía en la zona. Si Rezánov hubiera vivido más años, es muy probable que hubiera cumplido su objetivo cambiando así el destino de los EEUU, Rusia, España y México es decir cambiando el mundo que hoy conocemos. Durante la travesía siberiana, enfermó tres veces de neumonía y la tercera coincidió con una aparatosa caída del caballo cuando trataba de llegar a San Petersburgo. Falleció en Krasnoyarsk, en marzo de 1807.

Concepción, horrorizada, fuera de sí y desconsolada, se mostró escéptica a las noticias que le llegaron a California de la muerte de su amado y durante muchos años siguió esperándolo cual Penélope a Odiseo. Y al igual que el personaje de la Odisea, rechazaba uno tras otro a los pretendientes más envidiables de California. El sueño de la brillante vida en sociedad que le esperaba en San Petersburgo con su amado conde se redujo al refugio en la casa paterna en compañía de sus sufrimientos.

Así las cosas, la singular ermitaña se dedicó a servir a los pobres y a atender a los enfermos desvalidos. No faltaron los que afirmaban que había sido vilmente engañada por el conde. Y solo en 1842 supo a ciencia cierta la verdad de la tragedia y que su amor por ella fue real, fecha en la que decidió tomar los hábitos definitivamente. Ingresó en el convento de Santa Clara. Fue pues la primera monja originaria de California en ingresar en la orden dominicana. Son las actuales "The Dominican Sisters of San Rafael", de Benicia. Murió con 67 años. Según otras fuentes, Argüello estuvo esperando el permiso del Papa para casarse. Y se enteró de la muerte de Rezánov un año más tarde, en 1808, cuando el jefe de la Compañía Americana de Rusia, Aleksandr Baránov, escribió a su hermano. Aunque liberada de su compromiso, optó por permanecer célibe para, finalmente, entrar en clausura pasados los 60 años de edad

Tumba de María Concepción en Monterrey.

Y en cuanto a los proyectos colonizadores se refiere, tras la derrota mexicana en la guerra con Estados Unidos y la firma del tratado de Guadalupe Hidalgo, California y todo el norte de México, pasaron a manos estadounidenses, Rusia cedió el fuerte conocido como Fort Ross a los nuevos dominadores y México perdía así la mitad del territorio de lo que fue el virreinato de Nueva España.

El aventurero conde, por su parte, nombró con el apellido de su amada una minúscula isla cerca las costas de Alaska, pero nunca se supo si la noticia llegó a oídos de ella.

En su sepulcro en el panteón de la Orden de Santo Domingo en California se erige una estatua de mármol blanco rodeada de flores. En el de Nikolái Rezánov, en el cementerio de Santa Trinidad en Krasnoyarsk, en una cruz grande de mármol blanco, se leen unas líneas de la ópera rock, Yunona y Avós. De un lado del monumento está escrito: “Nikolái Petróvich Rézanov. 1764-1807. Nunca te veré”, del otro reza: “María Concepción de Argüello. 1791-1857. Nunca te olvidaré”.

Tumba de Rezánov en el cementerio de la Trinidad en Krasnoyarsk.

En el 2000, cuando se colocó el monumento en Krasnoyarsk, asistió el sheriff de Monterrey que dispersó un puñado de tierra de la tumba de la abnegada enamorada sobre la de Nikolái Rezánov, llevándose de regreso el puñado de tierra de la sepultura del conde, para dispersarla sobre el lugar del último refugio de Concepción.

Y si bien es comprensible ese enamoramiento temprano y esa pasión surgida por el hechizo de la personalidad de aquel conde ruso, lo que permanecerá siempre en el misterio y no dejará de sorprender es cómo pudo aquella mujer tan joven, mantener esa pasión tan viva, a lo largo de tantos años. De acuerdo a la leyenda Conchita se dirigía cada mañana durante más de un año  al cabo, se sentaba en las piedras y miraba distraída el inmenso océano tal vez esperando ver aquellas velas escarlatas de las que una vez habló el escritor ruso Aleksandr Grin. En la actualidad sobre este cabo en el que se sentaba Conchita se encuentran los soportes del puente Golden Gate.

Monumento original sobre la tumba de Rezánov en el cementerio de la Resurrección antes de ser destruido tras la Revolución. 
Cenotafio de Rezánov basado en el monumento original de arriba. Plaza Mir, Krasnoyarsk.


Monumento a Rezánov. Plaza Mir de Krasnoyarsk.

En la cultura popular


Esta historia de amor ha inspirado a varios escritores y compositores. 

Francis Bert Harte, un poeta de San Francisco, escribió el poema Concepción de Arguello

En 1937 Gertrude Atherton escribió una novela llamada Rezánov y Doña Concha. La misma escritora escribió una biografía sobre Rezánov en el centenario del apasionado romance.

Pero es sin duda la ópera-rock "Юнона и Авось" (Juno y Avós fueron dos de los barcos de la expedición de Rezánov) de 1981 la que causó sensación de masas, sobretodo en la URSS donde se realizó. Compuesta por Alexei Rybnikov y el poeta Andrey Voznesensky fue estrenada en el teatro Lenkom de Moscú bajo la dirección de Mark Zakharov. La primera representación en el extranjero fue llevada a cabo en el Espace Cardin Theatre de París en 1983. Todavía sigue en cartel en el teatro que la vio nacer: https://lenkom.ru/shows/8





Desde entonces no han dejado de surgir versiones basadas en esta ópera como la de patinaje sobre hielo cuyas hermosas fotos podeis ver en los siguientes enlaces:



O la versión americana:


martes, 23 de enero de 2018

Juan Martínez, el bailaor flamenco que sobrevivió a la Revolución Rusa

Nadie sabría hoy de la extraordinaria peripecia de Juan Martínez de no ser por el periodista Manuel Chaves Nogales, que le conoció en París en los años 30 y escribió una biografía novelada en la que cuenta la dramática y singular historia de este bailaor de flamenco, nacido en Burgos.

Martínez llegó a San Petersburgo en 1917 el día de la abdicación del zar Nicolás y tuvo que sobrevivir durante cinco años en la Rusia soviética, ejerciendo los más diversos oficios y pasando todo tipo de penalidades. Pudo ganarse el sustento con su profesión de bailarín durante un tiempo, pero tuvo que subsistir como croupier de un casino, traficante de joyas, artista de circo e incluso como chekista en Kiev, donde trabajó tanto para los comunistas como para los insurrectos contra la Revolución.




Martínez y su esposa Sole habían logrado una cierta notoriedad en España como pareja flamenca hasta que optaron por emigrar a París a comienzos de 1914, antes del estallido de la Gran Guerra. Allí triunfaron en los cabarets de Montmartre, gozaron de las mieles de una vida bohemia y lograron el mayor éxito de su carrera: ganar un concurso internacional de tango.

Unas semanas antes del inicio del conflicto, los Martínez decidieron marchar a Constantinopla, donde les habían ofrecido un lucrativo contrato. Pero pronto su estancia se convirtió en una pesadilla al ser acusados por un extravagante comandante de los servicios secretos alemanes, enamorado de Sole, de ejercer de espías.

Lograron huir a Bulgaria, donde un aduanero le detuvo al bailaor al ver en su pasaporte que era de Burgos. «Usted es búlgaro porque ha nacido en Burgas». Martínez tuvo problemas para convencerle de que había visto la luz en la villa del Papamoscas y no en Burgas, una ciudad del Mar Negro. La pareja logró pasar a una Rumania en guerra, de la que también Juan y su esposa tuvieron que salir corriendo para escapar de la devastación y la miseria.

Todo parecía irles de maravilla en la Rusia zarista. Llegaron sin un céntimo, pero muy pronto triunfaron con su arte y ganaron una considerable cantidad de dinero hasta que estalló la Revolución y se quedaron atrapados en el país de los soviets. Ida y vuelta de Moscú a San Petersburgo, luego a Kiev y, por último, a Gomel.

Los Martínez fueron testigos en esos lugares de las brutalidades de los comunistas y los blancos, que libraban una guerra tomando a la población como rehén: asesinatos, saqueos, violaciones y destrucción a escala masiva. Fue un milagro que pudieran seguir vivos y que lograran escapar en 1922 al conseguir un salvoconducto gracias a fingir que eran de nacionalidad italiana.

Salieron de Odessa en barco y pudieron regresar a España hasta que decidieron instalarse en París. Aquí se pierde el rastro de los Martínez, cuya tragedia hubiera quedado en el anonimato sin el testimonio de Chaves Nogales, otra víctima de la barbarie y de la intolerancia, que falleció prematuramente en su exilio en Londres en 1947.

jueves, 18 de enero de 2018

Valery Kharlamov, "la Leyenda"

Valeri Kharlamov es para muchos el mejor jugador de la historia del hockey sobre hielo. Como muestra de ello, a continuación expondré su palmarés:

3 medallas olímpicas. Dos oros, en Sapporo 1972 e Innsbruck 1976 y una plata en Lake Placid en 1980 en el Milagro del Hielo.

8 veces campeón del Mundo (1969, 70, 71, 73, 74, 75, 78 y 79), 2 veces subcampeón (1972 y 76) y 1 tercer clasificado (1977).

11 ligas de la URSS con el CSKA de Moscú.

Valeri Kharlamov.

Sus 1,73 m de altura, sus 75 kilos de peso y un problema cardíaco que le diagnosticaron de pequeño no le impidieron triunfar en este deporte de contacto. Su rapidez, su talento y su pasión compensaban con creces su carencia física. En Rusia lo unían a sus raíces vascas. «Sus talentos fueron concedidos por Dios y podía hacer prácticamente todo, jugar de forma alegre, un pase difícil, un tiro exacto...», afirmó el mítico portero y compañero Vladislav Tretyak. «Todo lo hacía tan fácil y tan elegante que daba gusto verle. Su hockey era estético y asombró a millones de personas».

Un pequeño Valeri Kharlamov de 8 años de edad pasó un año con su madre en España antes de volver a vivir a su Moscú natal, ciudad que no abandonaría hasta su muerte en un accidente automovilísico a la edad de 33 años en una autopista de la capital rusa. Según se cuenta durante esa estancia en España Valeri tuvo un cara a cara con un morlaco durante unos encierros en Navarra, situación de la que le salvó su tío y que según cuenta le dejó una gran marca indeleble en el subconsciente. El pañuelo rojo de esta fiesta tradicional le acompañaría en todas sus competiciones. A pesar de perder la vida tan joven Valeri, apodado “el español” por sus compañeros de equipo, tuvo tiempo durante su carrera deportiva de conseguir dos medallas de oro olímpicas, una de plata, ocho campeonatos del mundo y dos subcampeonatos representando a la Unión Soviética además de once títulos ligueros de los catorce que disputó vistiendo los colores del CSKA de Moscú con el número 17 a la espalda.

Carmen y su hijo Valeri.

Su arte era innato y se reveló desde muy pequeño. A los 14 años fue admitido en la Escuela de Deportes para Niños y Jóvenes del CSKA, que estaba situada en la céntrica Avenida Leningrado de Moscú. El CSKA era el mayor club deportivo de la URSS y pertenecía al ejército. Le costó hacerse un hueco en el primer equipo ya que Anatoly Tarasov no le veía formado. Kharlamov medía 1,73 metros y pesaba 75 kilos, era pequeño para el hockey, aunque no fue impedimento para entrar en el primer equipo en 1968. A partir de ahí su ascenso fue fulgurante y dio días de gloria a la conocida 'Red Army' y a la célebre 'Red Machine'.

Era hijo de Carmen Orive Abad "Begoñita", una de los "niños de Rusia" que tuvieron que salir desde Santurtzi el 13 de junio de 1937 huyendo de las tropas franquistas durante la Guerra Civil.

Partieron en el Habana, un viejo carguero, en dirección a la Unión Soviética y el 22 de junio los exiliados llegaban al puerto de Leningrado (San Petersburgo) donde fueron recibidos como auténticos héroes. Junto a 'Begoñita' viajaba Clara Agirregabiria, la madre del jugador de baloncesto José 'Chechu' Biriukov. Carmen era de Bilbao, en concreto de la calle de Las Cortes.

Aquella niña, ya mujer, conoció años más tarde en un club de baile de Moscú a Boris Kharlamov, un tornero que tenía amistad con los vascos que tuvieron que emigrar a la URSS y que acudió a aquel local frecuentado por españoles acompañado de un amigo.

Años más tarde Boris y Begoñita contrajeron matrimonio y de esa unión nació el 14 de enero de 1948 Valeri Borisovich Kharlamov. La madre no tuvo tiempo para llegar al hospital e ironías del destino el pequeño Valery, de tres kilos, nació en el coche en el que acudían al centro sanitario. Boris Kharlamov paró su coche y levantó las sospechas de la policía. Cuando se acercaron los agentes Boris les explicó la situación en el que se encontraban y les dijo que había sido padre de un niño. «Se va a llamar Valery en honor a Valery Chkalov», les espetó Boris a los guardias. Chkalov era un aviador de la Gran Guerra y un héroe soviético que peleó contra el nazismo.

Los coches marcaron la vida de Kharlamov ya que en 1976 sufrió un accidente que le produjo una lesión muy grave y el 27 de agosto de 1981, hace casi 30 años, Kharlamov falleció junto a su esposa, en la autopista que une Moscú con San Petersburgo. Pocos se imaginaban que aquel bebé sería el deportista más brillante y célebre de la Unión Soviética en los años 70 por encima de grandes ídolos como Sergey Belov o Vasili Aleixeiev.

«El amor que profesaba por su hijo era increíble. Valery era su vida. Cuando se casó se fue alejando de la comunidad de exiliados a Rusia y no pudo regresar a España como hice yo. A nosotros el Real Madrid nos ayudó un montón» comentó Clara Agirregabiria, compañera de su madre.

Aquel fatídico accidente de 1981 no se llevó sólo a Valeri Kharlamov y a su esposa Irina. Su madre murió de pena pocos años después. Kharlamov tuvo un único hijo que se llama Alexander y también jugó al hockey e incluso llegó a jugar en la NHL.

Placa conmemorativa en el lugar donde perdió la vida.

«Todos los niños querían ser Kharlamov. Su popularidad en Rusia era equiparable a la de Pelé en Brasil», asegura Chechu Biriukov, quien conoció en persona al jugador de hockey y al que profesa una gran admiración como todos los rusos. «En Rusia todos hemos jugado al hockey, es nuestro deporte rey emparejado o superando al fútbol y Kharlamov era no sólo el mejor del mundo, sino que para mí ha sido el mejor jugador de hockey de la historia por encima de las estrellas de la NHL. Más brillante no se podía ser, era talento puro...».

Muchos medios y especialistas rusos aseguraban que Kharlamov jugaba con el talento ruso y la pasión de los vascos. Esa conjunción le hizo llegar al cielo ya que se salía del estereotipo de jugador soviético robotizado en el juego. El famoso y célebre compositor Dimitri Shostakovich dijo una vez de Kharlamov: «¡Qué talento más asombroso, qué conjunción de la idea y del movimiento, qué brillante de joyería entre brillantes de cristalero!». Jugaba en la posición de ala izquierda. Su juego combinada velocidad, aceleración, buen manejo del stick y una gran creatividad. Sus movimientos eran tan impredecibles que provocaban un permanente desequilibrio en la defensa rival.

Fue el primer deportista soviético en recibir una oferta millonaria para convertirse en profesional. 1.200.000 dólares por firmar con los Philadelphia Flyers. «Los jugadores soviéticos no podemos abandonar nuestros clubes», afirmaba Kharlamov en los JJOO de Innsbruck de 1976. Tampoco le atraía mucho la idea. «El hockey hielo americano es brutal, demasiado violento», decía mientras enseñaba su cuerpo magullado y herido por las acciones antideportivas de los jugadores americanos que, impotentes, no podían para sus acometidas.

No hablaba castellano y tenía un carácter tranquilo, introvertido y jamás se manifestaba en las reuniones tácticas del equipo. Él lo hacía sobre el hielo. La ayuda que prestaba a sus compañeros durante los encuentros era su principal cualidad, era un asistente nato. Durante los partidos ni gritaba, ni se desesperaba, pero sabía añadir a su juego una dureza que le hacía visitar a menudo la 'prisión' de las pistas, expulsado por dos minutos.

Era hijo único y retraído. Su gran calidad como jugador le permitía ser un privilegiado dentro de la Unión Soviética. Poseía un lujoso coche 'Volga' sport.

Fue enterrado en el Cementerio Novokuntsevskoe de la capital rusa.

Su fama traspasó fronteras. En Estados Unidos y en Canadá, por ejemplo, tenía una popularidad increíble. Hoy en día la imagen de Bobby Clarke lesionándole en las Summit Series de 1972 es considerada incluso una deshonra para los canadienses. La brutalidad e impotencia de los Flyers ante el CSKA en 1976 y la agresión de Ed Van Impe a Kharlamov no hacen más que engrandecer su imagen en todo el mundo. En youtube se pueden ver las dos brutales agresiones que sufrió Kharlamov por parte de sus rivales. En la Unión Soviética era un héroe nacional y un ídolo de la juventud.

Moneda de 2 rublos emitida por el Banco de Rusia con su efigie en el reverso.

Tras su muerte el CSKA decidió retirar la camiseta número 17 y reservarla hasta que su hijo Alexander tuviera edad suficiente para vestirla y honrar la memoria de su padre. Según se cuenta la presión y expectativas que el número generaba hicieron que Alexander decidiese cambiar al número 22 aunque con el tiempo terminó vistiendo el 17 en el CSKA antes de partir a la NHL, un número especial tanto en el equipo moscovita como en la selección rusa. Hoy en día la memoria de Kharlamov sigue viva en el mundo del hockey sobre hielo ruso en forma del Trofeo Kharlamov, presentado en 2002, que se entrega al mejor jugador ruso participante en la NHL y la Copa Kharlamov, el nombre que recibe el trofeo que se otorga al ganador de la Liga Juvenil de Hockey sobre Hielo rusa. 

En 2005 fue incluido póstumamente en el Salón de la Fama del Hockey sobre hielo de Toronto, siendo el tercer soviético que lo conseguía tras Vladislav Tretiak y Viacheslav Fetísov.

En 2008 la Federación Internacional le eligió como uno de los integrantes del llamado Equipo del Centenario, una selección hecha por 56 expertos de 16 países y donde están los seis mejores jugadores de la historia junto a Vladislav Tretiak, Vuacheslav Fetisov, Sergei Makarov, Borje Salming y Wayne Gretzky.


Su vida fue llevada a la gran pantalla en el año 2013, en la coproducción ruso-española "Leyenda nº 17", donde lo interpretó uno de los jóvenes talentos del cine ruso Danila Kozlovsky. Se dice que esta película es una de las favoritas de Vladímir Putin, el cual es jugador de hockey aficionado.







viernes, 12 de enero de 2018

¿Por qué Alfonso XIII no pudo salvar al zar Nicolás II?


Durante la Primera guerra mundial, el monarca español Alfonso XIII fue responsable de la salvación de miles de vidas humanas. Sin embargo, fracasó en uno de sus proyectos más queridos, el de salvar la vida del derrocado zar de Rusia y de la familia imperial. ¿Por qué Alfonso XIII no pudo salvar al zar Nicolás II?


Monarcas europeos en 1910. Sentado en el centro, Jorge V (su extraordinario parecido con Nicolás puede llevar a la confusión); sentado a la izquierda, Alfonso XIII.

A pesar de que las presiones ejercidas sobre España para que entrara en la Primera guerra mundial fueron numerosas y a pesar de que existían relaciones de parentesco con ambos bandos —la madre del rey estaba emparentada con soberanos de las Potencias centrales y la esposa era pariente de la reina Victoria de Inglaterra— lo cierto es que Alfonso XIII optó por mantener a la nación en una situación de estricta neutralidad. Ni siquiera el comportamiento, completamente contra derecho, de los submarinos alemanes le llevó a cambiar esa posición avanzado ya el conflicto. Sin embargo, la política de neutralidad no fue un equivalente —ni mucho menos— de la indiferencia frente a la guerra.

Al inicio de la misma, una lavandera francesa escribió a Alfonso XIII para indicarle que su esposo había desaparecido en combate y rogarle que hiciera lo posible para descubrir su paradero. El monarca español atendió las súplicas de la mujer y así logró averiguar que seguía vivo y se encontraba internado en un campo de prisioneros en Alemania. El episodio fue publicado por la prensa francesa y, de manera lógica, llegó hasta las manos de Alfonso XIII un verdadero aluvión de solicitudes de personas que estaban interesadas en conocer el destino de sus seres queridos. La consecuencia inmediata de esta circunstancia fue la creación de una oficina costeada por el presupuesto del rey y compuesta por cuarenta empleados cuya finalidad era localizar a los desaparecidos en el curso del conflicto, hacerles llegar ayuda material e incluso interceder por ellos. La labor llevada a cabo por esta oficina fue realmente extraordinaria —por ello resulta aún más incomprensible el desconocimiento de su labor humanitaria— hasta el punto de que ayudó a repatriar a unos setenta mil civiles y a veintiún mil soldados. Además intervino a favor de 136.000 prisioneros de guerra y llevó a cabo cuatro mil visitas de inspección a campamentos de prisioneros. La mayoría de esos casos fueron de gente anónima pero, ocasionalmente, estuvieron referidos a celebridades como el artista Nizhinsky, que salvó la vida en un campo de concentración gracias a la intervención personal del rey, o a la enfermera Edith Cavell, fusilada finalmente por los alemanes por ayudar a soldados aliados fugitivos. En ese contexto, puede entenderse perfectamente la preocupación que Alfonso XIII manifestó por el zar Nicolás II desde febrero de 1917.

En esa fecha, una revolución obligó al zar a abdicar quedando el futuro de éste y el de su familia más cercana sujeto a la voluntad de los que parecían nuevos dueños de Rusia. Alfonso XIII había estado a punto de morir varias veces a manos de terroristas de izquierdas —una de ellas el mismo día de su boda— y, quizá por ello, fue consciente desde el principio de los peligros que podían cernirse sobre la familia imperial. En la primavera de 1917, visitó España Nekliudov en representación del nuevo gobierno provisional ruso. En la ceremonia de entrega de credenciales como embajador, Nekliudov agradeció a Alfonso XIII el papel extraordinario que había realizado ocupándose de la suerte de numerosos soldados rusos. Aprovechó esa circunstancia el monarca para, una vez concluida la intervención de Nekliudov, levantarse del trono y acercarse al nuevo embajador. Alfonso XIII le comentó entonces que agradecía la mención a la ayuda que había prestado a los prisioneros de guerra rusos. Ahora deseaba interesarse por otros presos, el zar y su familia, y le rogó que comunicara al nuevo gobierno su petición de que se les pusiera en libertad.

La solicitud de Alfonso XIII en puridad debía de haber contado con paralelos en otras casas reales europeas pero, lamentablemente, no fue así. De hecho, cuando el monarca español se dirigió a Jorge V de Inglaterra —pariente del zar— para que apoyara una iniciativa encaminada a liberar a los Romanov, sólo recibió una respuesta por vía diplomática —el día de los Tontos de abril, equivalente a nuestros Santos Inocentes— comunicándole que debía perder cuidado. No tardó Alfonso XIII en percatarse de que la seguridad que había intentado transmitirle el embajador británico en España no se sustentaba sobre bases sólidas. Así, en cuanto que el gobierno británico se planteó con seriedad la posibilidad de dar asilo al zar y a su familia, fue el propio Jorge V el que se opuso a ella. A lo largo de dos semanas que resultaron decisivas, Jorge V se esforzó por convencer al gobierno británico de que no era conveniente recibir al zar y a su familia. Las razones fundamentalmente se reducían al deseo de Jorge V de no tener problemas con la opinión pública y, muy especialmente, con el partido laborista. Desde su perspectiva, el pueblo acogería mal que se recibiera a la zarina Alejandra, una princesa alemana a fin de cuentas, en Gran Bretaña. Por añadidura, era posible que los laboristas sintieran veleidades republicanas tras lo sucedido en Rusia. No convenía, por lo tanto, incomodarlos proporcionando refugio al derrocado zar.

El 13 de abril de 1917, el primer ministro británico se vio obligado a ceder a las presiones regias y se limitó a comentar en una reunión de su gabinete que España sería un lugar mejor para acoger al zar y a su familia. Al cabo de unas horas, el proyecto de solicitar la liberación del zar fue abandonado por el gobierno británico. Para colmo de males, en octubre, los bolcheviques dieron un golpe de Estado derribando al gobierno provisional e implantaron un gobierno que, según palabras del propio Lenin, aplicaría el “terror de masas” para mantenerse en el poder.

A esas alturas, Alfonso XIII se había percatado sobradamente de lo sucedido en Gran Bretaña y entonces decidió intentar que otras monarquías europeas se sumaran a su proyecto de liberar al zar. Propuso así a los reyes de Suecia y de Noruega el envío de un navío de guerra español a un puerto escandinavo para recoger allí al zar, a la zarina y a sus cinco hijos. Lo único que pedía de las monarquías nórdicas era que mediaran ante el gobierno soviético. Unos meses antes —en junio de 1917— Gustavo de Suecia había intentado salvar al zar pidiendo ayuda para ello al gobierno británico que había rechazado su plan como “rebuscado” e “impracticable”. La solicitud de Alfonso XIII llegaba, por lo tanto, en un momento en que ni Suecia ni Noruega tenían ya esperanzas de salvar a Nicolás II.

Tampoco cabía esperar nada del káiser. A pesar de su relación de parentesco con Nicolás II, Guillermo II no dio ningún paso efectivo para salvar al zar. Lo más grave es que Alemania había entrado ya en negociaciones con el poder soviético para firmar una paz por separado y contaba con esa baza para presionar sobre los bolcheviques. Sin embargo, no lo hizo. Por el contrario, sí aceptó, por ejemplo, poner en libertad al socialista Liebnekht para complacer a Lenin.

Ciertamente, a mediados de 1918, las circunstancias no se presentaban en absoluto favorables para lograr la liberación del zar y de su familia. Sin embargo, Alfonso XIII no estaba dispuesto a arrojar la toalla y decidió continuar sus gestiones en solitario ya que no podía contar con el respaldo de otras potencias. Lamentablemente, sus esfuerzos no iban a llegar a buen puerto.
Durante la noche del 16 al 17 de julio de 1918, el zar Nicolás II, la zarina Alejandra, el zarevich Alexis y las grandes duquesas Anastasia, Olga, María y Tatiana fueron asesinados por un pelotón bolchevique en la casa Ipatiev en Yekaterimburg. El asesinato había contado con la autorización expresa de Lenin y del gobierno soviético.

En el curso de la reunión que decidió la matanza no se hallaba Trotsky pero cuando a éste se le informó algún tiempo después, el conocido dirigente manifestó que la decisión había sido acertada. Quizá lo único que lamentó fue que el asesinato le privó de llevar a cabo uno de sus sueños más acariciados, el de ser el fiscal en un gran proceso público contra Nicolás II.

El destino del zar y de su familia había quedado zanjado a mediados de julio de 1918 pero semejante circunstancia era ignorada por Alfonso XIII, que siguió insistiendo en su empeño de salvarlos. El 2 de agosto, documentos del ministerio francés de Asuntos Exteriores indican que estaban al corriente de las gestiones que en esos momentos realizaba el monarca español para salvar al zar. Al día siguiente, Alfonso XIII incluso podía enviar un telegrama a Victoria, hermana de la zarina, para informarle de que seguían las gestiones para salvar a Alejandra y a sus hijas. “Al parecer el zarevich ha muerto”, señalaba en ese mismo texto Alfonso XIII. En apariencia, había razones para la esperanza y el 8 de agosto, el ABC anunciaba que el gobierno bolchevique accedía a que la familia del zar viniera a España.

Posiblemente animado por esas buenas perspectivas —totalmente ficticias como sabemos—, Alfonso XIII volvió a cablegrafiar a Jorge V y el 13 de agosto, al káiser. El telegrama dirigido al emperador alemán hacía referencia a la “desventurada familia del zar” e incluía la promesa de que los miembros de la casa real rusa se mantendrían al margen de la política hasta el final de la guerra. Tres días después, Alfonso XIII recibió un mensaje en clave de Berlín donde se indicaba que el gobierno del káiser no tenía inconveniente en que España recibiera a la familia del zar.

El resto del mes de agosto estuvo caracterizado por una cierta euforia a la que se sumó el propio papa Benedicto XV, que estaba convencido del éxito de las gestiones españolas. El 25 de ese mes incluso llegó a anunciarse que el asunto había quedado resuelto con el gobierno soviético.

La verdad es que todavía el 1 y el 5 de septiembre, Fernando Gómez Contreras, en representación del gobierno español, mantuvo sendas entrevistas en Petrogrado con el bolchevique Chicherin, uno de los ministros de Lenin. Las entrevistas —de las que informó puntualmente a sus superiores españoles— fueron un tenso tira y afloja en el que Chicherin afirmó que el gobierno leninista estaba dispuesto a poner en libertad a la familia del zar siempre que España lo reconociera como gobierno legítimo. Para aderezar las negociaciones, Chicherin se quejó incluso de lo mal que habían tratado las autoridades a Trotsky a su paso por España. Todavía el 15 de septiembre de 1918, Gómez Contreras envió una comunicación a España indicando que las conversaciones iban por buen camino. Un ministro de Lenin hizo creer a Gómez Contreras que estarían dispuestos a entregar al zar a España a cambio de que nuestro país reconociera oficialmente al gobierno soviético, algo que no ocurriría hasta la Segunda República.

Sin embargo, no tardó en descubrirse la falacia. En septiembre aparecieron distintas noticias sobre el asesinato de la casa real y, lógicamente, se llegó a la conclusión de que los bolcheviques tan sólo estaban jugando con sus interlocutores para obtener alguna ventaja. En octubre de 1918, la Santa Sede se puso en contacto con el gobierno soviético a través del cónsul austro-húngaro en Moscú para saber qué había sido de la familia del zar. La respuesta fue que la zarina y sus hijas estaban en Ucrania —a la sazón libre del dominio bolchevique— y que, por lo tanto, ignoraban dónde se encontraban. Semejante versión volvería a ser utilizada a inicios de 1919 pero ya sin credibilidad alguna. Los blancos habían entrado en Yekaterimburg, habían buscado —infructuosamente— los cuerpos de la familia imperial y habían recogido testimonios más que suficientes del asesinato. El gobierno soviético no realizaría declaración oficial alguna sobre el tema pero para cualquiera éste había quedado trágicamente zanjado.

Llegados a este punto, hay que preguntarse por qué las gestiones —verdaderamente incansables— de Alfonso XIII resultaron fallidas. La primera razón, obviamente, fue la indiferencia de las potencias mundiales en relación con la suerte de la familia imperial rusa. La republicana Francia decidió no mover un dedo para salvar al zar, y lo mismo sucedió con Estados Unidos, cuya opinión pública por otra parte era muy sensible desde hacía años a la propaganda anti-zarista que acusaba a Nicolás II de anti-semita. Sin embargo, no reaccionaron mejor las potencias monárquicas. Ni Guillermo II ni Jorge V hicieron esfuerzos por salvar a su pariente Nicolás II, una circunstancia aún peor en el caso del monarca británico, ya que Rusia podía haber firmado una paz por separado en 1916 y no lo hizo por la lealtad inquebrantable del zar hacia sus aliados. Finalmente, países pequeños como Dinamarca o Suecia hubieran deseado colaborar en esa tarea pero sólo recibieron frías respuestas de Gran Bretaña. Al fin y a la postre, sólo Alfonso XIII mantuvo sus gestiones hasta el último momento.

Si éstas fracasaron, finalmente, fue porque los bolcheviques actuaron deslealmente con el gobierno español. De ellos había partido la orden de asesinar a los Romanov pero, aún así, no sólo ocultaron el hecho sino que además pretendieron usarlo para obtener concesiones de España. Sólo cuando las noticias sobre la matanza de Yekaterimburg se difundieron resultó imposible ocultar la realidad y continuar las negociaciones.

Una última cuestión que debería analizarse es hasta qué punto el ejemplo de lo padecido por el zar influyó en la salida de Alfonso XIII de España en abril de 1931. Los motivos de su abdicación fueron varios y, ciertamente, los republicanos los aprovecharon hábilmente para, sin ninguna legitimidad, forzar la caída de la monarquía parlamentaria. Entre ellos, muy posiblemente, pudo pesar en el ánimo de Alfonso XIII el recuerdo de lo que había sucedido con Nicolás II y su familia. Ninguna potencia había movido un dedo para salvarlos, ni siquiera las monárquicas emparentadas con los Romanov. Esa pasividad se había traducido no sólo en los horribles asesinatos de la casa Ipatiev sino en el exterminio buscado y sistemático de buena parte de los familiares del zar derrocado. Difícilmente podía esperar más apoyo Alfonso XIII —a pesar de su labor humanitaria durante la guerra— y su familia si los republicanos españoles los encarcelaban.

Fuentes:

lunes, 1 de enero de 2018

"El emperador perseguido" de Lope de Vega

El zarévich Dmitri (o Demetrio) persigue durante mucho tiempo a Borís Godunov en el campo de batalla. Finalmente lo alcanza y lo hiere con una espada. Así se imaginaba la historia rusa el gran dramaturgo español Lope de Vega.

Lope Félix de Vega Carpio. Museo Lázaro Galdiano, Madrid.


En la obra del Fénix de los Ingenios, la temática rusa no ocupa mucho espacio. De sus 2.000 obras sólo una está consagrada a Rusia. Pero no una cualquiera: El gran duque de Moscovia o El emperador perseguido, la primera obra literaria sobre el reinado de Borís Godunov y el falso Dmitri, sobre los que Pushkin escribiría dos siglos más tarde su drama, titulado Borís Godunov, y Músorgski, su ópera homónima.

Desde el punto de vista de un historiador, la pieza de Lope de Vega tiene un enfoque fantástico. No sólo se relaciona con los hechos de un modo libérrimo (como hiciera el propio Pushkin, por otra parte) sino que adolece de inexactitudes respecto al Periodo Tumultuso (1598-1613).

Para empezar, Lope de Vega se equivocó con el árbol genealógico del Principado de Moscú. Para él, Demetrio no era el hijo sino el nieto de Iván el Terrible, a quien el dramaturgo, por alguna razón, llama Basilio. A la mujer de Godunov le pone el extraño nombre de Orofrisa. La madre de Demetrio es Cristina. Desempeña un importante papel el misterioso caballero alemán Lamberto. A uno de los boyardos lo llama Rodulfo. Y, como educador del zarévich, figura el español Rufino.

Pero esto no es todo. En la pieza, Demetrio y Borís Godunov se encuentran en el campo de batalla. Demetrio lleva mucho tiempo persiguiendo a Godunov y al final lo apuñala con su espada. O bien el dramaturgo español ignoraba que Godunov había muerto en el Kremlin y que nadie lo apuñaló, o bien esa muerte no le pareció lo suficientemente dramática.

El autor aumentó la carga dramática hasta el límite: la montaña de cadáveres no deja de crecer a lo largo de la pieza. Durante la acción, la esposa de Godunov, al enterarse de la muerte del marido, obliga a sus hijos a tomar veneno y luego bebe ella también del vaso envenenado. Y así sucesivamente. Pero no hay ni una sola palabra sobre el terrible desenlace, sobre la muerte del falso Demetrio a manos de una turba enfurecida. Y además: no es un impostor sino un príncipe legítimo. ¿Cómo se explica? ¿Errores históricos? ¿Licencia artística? ¿Intencionalidad?

Muchos consideran que Lope escribió la obra en verano de 1606. Es decir, antes de que llegara a España la noticia de la muerte del falso Dmitri. Pero, en general, no era poco lo que se sabía de los acontecimientos de Rusia en España.

Lope de Vega tenía la oportunidad de comunicarse con personas que habían estado en Rusia e incluso con quienes habían vivido y servido allí: artesanos, soldados, comerciantes. Por otra parte, en la campaña del Falso Dmitri de Moscú participaron monjes jesuitas. Tras regresar a Europa, describieron los hechos con todo detalle. Aunque, a decir verdad, había que tomar sus relatos con cautela. El libro de uno de los jesuitas se titulaba Relato sobre la conquista extraordinaria, casi milagrosa del reinado patrio, realizada por su Excelencia el Príncipe Iván Dimitri, Gran Príncipe de Moscovia, en 1605. ¿De dónde salió el enigmático Iván Dimitri? De una traducción incorrecta del italiano al español. El traductor confundió giovane (joven) con Giovanni (Iván).

Libros de este género en Europa hay muchos. Se consideraban no tanto una descripción de hechos reales, sino novelas de aventuras. Después de todo, la historia del Impostor no carece de elementos emocionantes, incluso si se prescinde de las especulaciones. Pero, en estas obras, se perseguía, además de un objetivo de entretenimiento, uno ideológico. Después de todo, la Europa católica había depositado grandes esperanzas en Dmitri.

Uno se puede preguntar: ¿qué les importaba a los españoles la remota Rusia? La respuesta está en el contrato matrimonial que firmó un hombre llamado zarévich Dmitri. Al casarse con la hija de un noble polaco, Marina Mniszech, se comprometió a llevar el catolicismo a la Rusia ortodoxa.

Lope de Vega, como toda Europa, era partidario de Dmitri, pues él tenía la misión de llevar a Rusia la luz de la fe verdadera, y los rusos eran percibidos como salvajes que no entendían su felicidad.

A Lope no sólo le importaba la ideología sino la concepción artística. Sí, Dmitri era una figura política, pero, para el dramaturgo español, era, antes que nada, un héroe, un joven a quien perseguían los poderosos del mundo y él no sólo no se conforma con la injusticia sino que lucha también desesperadamente por el restablecimiento de la justicia. Protege a los débiles, castiga a los malhechores, perdona con generosidad a quienes se han arrepentido. En definitiva, es el vivo retrato de la caballería.

Lope de Vega no escribió una crónica histórica sino un drama. De ahí la cantidad de invenciones y de componentes grotescos. Por supuesto, se podía renunciar al trasfondo real y tomar para la obra una trama inventada. Pero la genialidad de Lope de Vega consistía en que todas sus obras nacían de situaciones reales. Incluso cuando escribía un drama de amor, introducía en el texto a hombres y mujeres de carne y hueso.

Su carrera como dramaturgo, de hecho, también comenzó así. A los dieciséis años, tuvo una aventura con una mujer casada. La dama lo traicionó, y él, en represalia, la retrató en una comedia. No cambió su nombre. Lo juzgaron por calumnias y, como castigo, le prohibieron vivir en Madrid. Pero no consiguieron apaciguarlo. Volvió a actuar así más de una vez. Su método favorito era introducir en sus obras personas reales.

Cabe destacar las particularidades del teatro español de aquella época, teatro de la calle por excelencia. Las representaciones tenían lugar en los patios internos de las casas (corral de comedias). Los espectadores veían las obras de pie. En los balcones y las ventanas de las casas contiguas se acomodaban las personas adineradas. Un mínimo de decoración, pero mucha música, bailes y chistes. Era un auténtico teatro popular, orientado al espectador. Y al espectador había que interesarlo, lo demás era trivial. Ésa es la razón por la que en las obras de Lope hay tanta acción. El único requisito era captar el interés. La intriga debía cautivar desde la primera escena y había que mantener el suspense hasta el último acto.

Así que al escribir El gran duque de Moscovia, Lope de Vega, probablemente, ni siquiera se detuviera a pensar si su obra era fiel a los hechos reales. Lo más importante para él eran los personajes pintorescos, la intriga, la acción. Y acción en Rusia hay tanta como uno quiera. Así que ya sabéis: abrid un manual de historia por cualquier página y poneos a escribir.

Se puede leer la obra completa en este enlace:

Nota:

Dmitri I El impostor o Falso Demetrio fue zar de Rusia del 21 de julio de 1605 al 17 de mayo de 1606. Decía ser el zarévich Dimitri Ivánovich, hijo menor de Iván El Terrible, que supuestamente había escapado del intento de asesinato en 1591. La creencia general es que sí murió asesinado. Además de él, hubo otros dos pretendientes que reclamaron el trono aduciendo las mismas razones, pero sólo él lo consiguió. Su nombre verdadera era Grigori Otrépiev.